«¿Por qué te has vuelto tan cariñoso de repente, tratando de conseguir la herencia?» Preguntó la Abuela
Harold se sentó en su pequeño y desordenado apartamento en el centro de Madrid, mirando su teléfono. Acababa de recibir otro mensaje de texto de su abuela, Carmen, que vivía en un tranquilo suburbio. El mensaje era simple pero cargado de emoción: «¿Por qué te has vuelto tan cariñoso de repente, tratando de conseguir la herencia?»
Harold suspiró profundamente. Siempre había estado cerca de su abuela, pero la vida se había interpuesto. El trabajo, las relaciones y el ajetreo de la vida en la ciudad le habían impedido visitarla tan a menudo como debería. Pero ahora, con su salud en declive, sentía un renovado sentido de responsabilidad.
«¿Por qué te niegas a venir a visitarnos?» preguntó su amigo Eugenio, que había estado escuchando su parte de la conversación. «El aire es más limpio y fresco fuera de la ciudad, Madeline te cuidará, y los vecinos son médicos. Yo estaré contigo.»
Harold sabía que Eugenio tenía razón. El suburbio donde vivía su abuela era un mundo aparte del ruido y la contaminación de Madrid. Era un lugar donde podía respirar tranquilo y donde su abuela podía recibir el cuidado que necesitaba. Pero había algo que lo retenía.
«Ella piensa que solo vengo porque quiero su herencia,» dijo Harold, con la voz teñida de frustración. «No sé cómo convencerla de que realmente me importa.»
Eugenio asintió con simpatía. «Es difícil cuando la gente piensa que tienes motivos ocultos. Pero tal vez si le demuestras que estás ahí para ella, cambiará de opinión.»
Harold decidió seguir el consejo de Eugenio. Empacó una pequeña bolsa y realizó el viaje de una hora hasta la casa de su abuela. Al llegar al camino de entrada, sintió una punzada de culpa por no haberla visitado más a menudo.
Carmen lo recibió en la puerta con una mezcla de sorpresa y sospecha. «¿Qué haces aquí?» preguntó, entrecerrando los ojos.
«Quería verte, Abuela,» dijo Harold, forzando una sonrisa. «Te he echado de menos.»
La expresión de Carmen se suavizó ligeramente, pero aún parecía recelosa. «Entra,» dijo, apartándose para dejarlo pasar.
La casa olía a lavanda y libros viejos, un aroma reconfortante que le traía recuerdos de su infancia. Siguió a Carmen hasta la sala de estar, donde se sentaron en el sofá desgastado.
«¿Cómo has estado?» preguntó Harold, tratando de hacer conversación.
Carmen se encogió de hombros. «He estado mejor. Los médicos dicen que necesito más descanso, pero es difícil cuando estás solo.»
Harold sintió un nudo en la garganta. «Siento no haber estado más presente,» dijo en voz baja. «Quiero compensártelo.»
Carmen lo miró durante un largo momento antes de asentir lentamente. «Espero que lo digas en serio,» dijo. «Porque no me queda mucho tiempo.»
Harold pasó los siguientes días ayudando a Carmen en la casa y llevándola a las citas médicas. Intentó demostrarle que estaba allí por ella, no por ninguna posible herencia. Pero a pesar de sus esfuerzos, Carmen seguía distante.
Una noche, mientras estaban sentados en el porche viendo el atardecer, Carmen se volvió hacia Harold con lágrimas en los ojos. «Aprecio lo que estás haciendo,» dijo suavemente. «Pero no puedo quitarme la sensación de que solo estás aquí porque quieres algo de mí.»
El corazón de Harold se hundió. «Eso no es verdad,» insistió. «Te quiero, Abuela.»
Carmen negó con la cabeza tristemente. «Ojalá pudiera creer eso,» dijo.
Unas semanas después, Carmen falleció pacíficamente mientras dormía. Harold estaba devastado, no solo por su muerte sino por el hecho de que nunca había podido convencerla de su amor y cuidado genuinos.
Mientras estaba junto a su tumba durante el funeral, Harold no pudo evitar sentir un profundo sentido de arrepentimiento. Había intentado hacer las cosas bien, pero no había sido suficiente.
Al final, Harold no heredó nada del patrimonio de Carmen. Pero la verdadera pérdida no fue material; fue la oportunidad perdida de reparar su relación antes de que fuera demasiado tarde.