«Mi Marido No Sabe Nada Sobre Nuestro Hijo: Ni Siquiera Sabe Su Edad o Alergias»

Nunca imaginé que mi matrimonio terminaría así. Cuando me casé con Juan, pensé que éramos un equipo, listos para enfrentar juntos los desafíos de la vida. Pero tan pronto como nació nuestro hijo, Lucas, quedó claro que Juan tenía una idea muy diferente de lo que significaba ser padre.

Desde el principio, la madre de Juan, Carmen, fue una presencia constante en nuestras vidas. Venía casi todos los días, ofreciendo consejos no solicitados y criticando cada uno de mis movimientos. «Una madre debe saber mejor,» decía, insinuando que cualquier error que cometiera era un fracaso de mi parte. Juan absorbió estas lecciones como una esponja.

Carmen había criado a Juan para creer que las responsabilidades de criar a los hijos recaían exclusivamente en los hombros de la madre. Ella había hecho todo por él mientras crecía, desde hacer su cama hasta hacer sus deberes. Ahora, como adulto, Juan esperaba el mismo nivel de cuidado y atención de mi parte.

Cuando nació Lucas, Juan estaba emocionado pero distante. Lo sostenía unos minutos antes de devolvérmelo, diciendo que tenía trabajo que hacer o que estaba cansado. A medida que Lucas crecía, la implicación de Juan no mejoraba. No sabía cuáles eran las comidas favoritas de Lucas, su rutina para ir a la cama o incluso sus alergias. Una vez, cuando Lucas tuvo una reacción severa a los cacahuetes en una reunión familiar, Juan se quedó allí sin saber qué hacer mientras yo corría a buscar el EpiPen.

La ignorancia de Juan no se limitaba a los pequeños detalles; ni siquiera sabía la edad de Lucas. En el séptimo cumpleaños de Lucas, Juan me preguntó cuántos años cumplía. Me quedé atónita. ¿Cómo podía no saberlo? No era solo olvido; era una completa falta de interés.

Siempre que confrontaba a Juan sobre su falta de implicación, repetía las palabras de su madre: «Criar a los hijos es trabajo de la madre.» Luego se retiraba a su oficina o salía con amigos, dejándome manejar todo sola. Carmen me llamaba más tarde, regañándome por ser demasiado exigente y no entender lo duro que trabajaba Juan.

La gota que colmó el vaso llegó durante la reunión de padres y maestros de Lucas. Juan había prometido asistir pero se echó atrás en el último momento, alegando que tenía una reunión importante. Fui sola, sintiendo el peso de la maternidad solitaria más que nunca. La maestra expresó preocupación por el comportamiento de Lucas; se estaba portando mal en clase y parecía retraído. Sabía que era porque se sentía descuidado por su padre.

Intenté hablar con Juan sobre eso esa noche, pero me ignoró. «Estás exagerando,» dijo. «Los niños pasan por fases.» Quería gritarle, hacerle ver cuánto estaba lastimando a nuestro hijo, pero sabía que sería inútil.

Carmen continuó apoyando el comportamiento de Juan, diciéndole que no estaba haciendo nada malo y que yo solo estaba siendo difícil. Incluso sugirió que debería estar agradecida por todo lo que Juan proporcionaba económicamente, como si el dinero pudiera reemplazar el apoyo emocional que Lucas necesitaba desesperadamente.

Me sentía atrapada en un ciclo de frustración e impotencia. No importaba cuánto intentara llegar a Juan, él permanecía indiferente. Lucas merecía algo mejor que esto; merecía un padre que se preocupara lo suficiente como para estar presente en su vida.

A medida que pasaban los años, la distancia entre Juan y Lucas se hacía más grande. Lucas dejó de pedir la atención de su padre y empezó a buscar consuelo en otros lugares: casas de amigos, actividades extraescolares, cualquier lugar menos en casa. Veía cómo mi hijo se convertía en un extraño en su propio hogar y no había nada que pudiera hacer para cambiarlo.

Al final, mi matrimonio se convirtió en una cáscara vacía de lo que alguna vez fue. Juan y yo vivíamos bajo el mismo techo pero llevábamos vidas completamente separadas. El amor y la colaboración que una vez compartimos fueron reemplazados por resentimiento y soledad.

Lucas ahora es un adolescente y el daño ya está hecho. Apenas habla con su padre y tiene poco respeto por él. Solo puedo esperar que algún día Juan se dé cuenta de lo que ha perdido e intente enmendarlo, pero hasta entonces, seguimos viviendo en esta dinámica familiar fracturada.