«No Era Su Hijo, Así Que No Quería Perder Tiempo ni Dinero en Él»

Mateo siempre había sido un hombre con un plan. Desde joven, sabía exactamente lo que quería de la vida. Sus padres le habían inculcado la importancia de la educación, y él lo tomó muy en serio. Se graduó como el mejor de su clase en el instituto y luego asistió a una universidad prestigiosa. Para Mateo, la vida era una serie de pasos, cada uno llevando al siguiente. Primero la universidad, luego el trabajo, y ahora, a los 32 años, estaba enfocado en ascender en la escala corporativa.

Las relaciones serias nunca formaron parte del plan de Mateo. Había salido casualmente en la universidad y tuvo algunas relaciones a corto plazo, pero nada perduró. Estaba demasiado enfocado en sus objetivos como para dejar que algo o alguien lo distrajera. Sus amigos a menudo se burlaban de su determinación, pero a Mateo no le importaba. Sabía lo que quería y estaba decidido a conseguirlo.

Entonces, un día, todo cambió. Mateo recibió una llamada de un viejo amigo de la universidad, Aarón. No habían hablado en años, pero Aarón sonaba desesperado. Explicó que tenía un hijo, Eugenio, que ahora tenía 10 años. Aarón había sido diagnosticado recientemente con una enfermedad terminal y no le quedaba mucho tiempo. Necesitaba a alguien que cuidara de Eugenio, y Mateo era la única persona en la que podía pensar.

Mateo se quedó atónito. Nunca había conocido a Eugenio, y ahora le pedían que asumiera la responsabilidad de criar a un niño. Intentó explicarle a Aarón que no era la persona adecuada para el trabajo. Estaba demasiado ocupado con el trabajo y no sabía lo primero sobre ser padre. Pero Aarón fue insistente. No tenía otra familia y no quería que Eugenio terminara en el sistema de acogida.

De mala gana, Mateo accedió a conocer a Eugenio. Cuando se conocieron, Mateo se sorprendió de lo mucho que el niño se parecía a Aarón. Eugenio era tímido y callado, pero había una chispa en sus ojos que le recordaba a su viejo amigo. A pesar de sus reservas, Mateo sintió una punzada de responsabilidad. No podía permitir que Eugenio terminara en el sistema, pero tampoco veía cómo podría encajar a un niño en su vida.

Mateo intentó hacer que funcionara. Contrató a una niñera para que cuidara de Eugenio mientras él estaba en el trabajo e intentó pasar tiempo con él por las tardes y los fines de semana. Pero rápidamente quedó claro que este arreglo no funcionaba. Eugenio necesitaba más que un tutor a tiempo parcial. Necesitaba a alguien que pudiera estar allí para él, alguien que pudiera proporcionarle el amor y el apoyo que Mateo simplemente no podía ofrecer.

A medida que pasaban las semanas, Mateo se sentía cada vez más frustrado. Estaba quedándose atrás en el trabajo y su camino profesional, antes claro, se volvía cada vez más turbio. Resentía a Eugenio por interrumpir su vida y resentía a Aarón por ponerlo en esta posición. Sabía que no estaba hecho para ser padre y se sentía atrapado.

Una noche, después de un día particularmente estresante en el trabajo, Mateo explotó. Gritó a Eugenio por dejar sus juguetes esparcidos por la sala y lo mandó a su habitación sin cenar. Mientras se sentaba solo en el apartamento silencioso, Mateo se dio cuenta de que no podía seguir así. No podía ser el padre que Eugenio necesitaba y no podía seguir sacrificando sus propios sueños y ambiciones.

Al día siguiente, Mateo tomó la difícil decisión de contactar con los servicios sociales. Explicó la situación y organizó que Eugenio fuera colocado en un hogar de acogida. Fue lo más difícil que había hecho en su vida, pero sabía que era la decisión correcta. Eugenio merecía algo mejor de lo que él podía ofrecer.

Mateo volvió a su vida, pero las cosas nunca fueron las mismas. Continuó ascendiendo en la escala corporativa, pero siempre había un persistente sentimiento de culpa y arrepentimiento. Había elegido su carrera sobre un niño necesitado, y eso era algo con lo que tendría que vivir el resto de su vida.