«Me Voy,» Dijo Sin Emoción: «Ella No Nos Dejará Vivir en Paz»

Linda se sentó en la cabecera de la mesa del comedor, sus ojos fríos e implacables. La tensión en la habitación era palpable, tan densa que se podía cortar con un cuchillo. Su hijo, Miguel, estaba sentado frente a ella, su rostro una máscara de incomodidad. A su lado, su esposa, Elena, jugueteaba nerviosamente con su servilleta.

«Me voy,» dijo Linda sin emoción, su voz carente de sentimiento. «Ella no nos dejará vivir en paz.»

El rostro de Elena se tornó de un rojo intenso. Se levantó bruscamente, tirando su silla en el proceso. Sin decir una palabra, huyó de la habitación, sus pasos resonando por el pasillo.

Miguel la observó irse, su corazón hundiéndose. Volvió la mirada hacia su madre, quien ahora lo fulminaba con una mezcla de desdén y decepción.

«¿Dónde encontraste a esa chica tan poco atractiva?» escupió Linda, sus ojos entrecerrados. «¿Debajo de qué piedra la desenterraste?»

«Mamá, ella no es poco atractiva,» protestó Miguel débilmente. «Es mi esposa.»

Linda bufó, rodando los ojos. «¿Tu esposa? Es una vergüenza para esta familia. ¡Mírala! Ni siquiera puede manejar una simple cena sin salir corriendo como una niña.»

Miguel apretó los puños bajo la mesa, tratando de mantener su temperamento bajo control. «Mamá, no entiendes. Elena es una persona maravillosa. Es amable, inteligente y me ama.»

«¿Amor?» Linda se burló. «¿Qué sabe ella sobre el amor? No es más que una carga. Te arrastrará con su mediocridad.»

Miguel sintió una oleada de ira subir dentro de él. «Ya basta, mamá. No tienes derecho a hablar así de Elena.»

Los ojos de Linda brillaron con furia. «¿Ah, no? Pues déjame decirte algo, Miguel. Mientras yo esté viva, nunca aceptaré a esa mujer como parte de esta familia.»

Miguel se levantó, su silla raspando ruidosamente contra el suelo. «Entonces tal vez sea hora de que nos vayamos,» dijo en voz baja.

El rostro de Linda se torció de rabia. «¿Irte? ¿Elegirías a ella sobre tu propia madre?»

Miguel respiró hondo, tratando de calmarse. «Sí, mamá. Lo haría.»

Los ojos de Linda se llenaron de lágrimas de ira y traición. «Está bien,» dijo entre dientes apretados. «Vete entonces. Pero no esperes que te reciba con los brazos abiertos cuando ella inevitablemente arruine tu vida.»

Miguel se alejó de su madre, su corazón pesado de tristeza. Caminó por el pasillo hasta encontrar a Elena sentada al borde de su cama, su rostro enterrado en sus manos.

«Elena,» dijo suavemente, sentándose a su lado.

Ella lo miró, sus ojos rojos e hinchados por el llanto. «Lo siento, Miguel,» susurró. «No quería causar todo este problema.»

Miguel la envolvió en sus brazos, sosteniéndola cerca. «No es tu culpa,» murmuró. «Mi mamá… simplemente es así.»

Elena sollozó, apoyándose en su abrazo. «No sé cuánto más puedo soportar esto.»

Miguel besó la parte superior de su cabeza, sintiendo una punzada de culpa. «Lo resolveremos,» prometió. «Encontraremos la manera de hacer que esto funcione.»

Pero en el fondo, sabía que el camino por delante estaría lleno de desafíos y dolor. La brecha entre su madre y su esposa parecía insuperable, y no podía sacudirse la sensación de que su amor podría no ser suficiente para cerrar esa distancia.

Mientras se sentaban allí en silencio, aferrándose el uno al otro con todas sus fuerzas, Miguel no pudo evitar preguntarse si estaban luchando una batalla perdida.