«Mi Hijo Abandonó a Su Esposa e Hijo, Dejándolos Sin Un Centavo. Yo No Podía Hacer lo Mismo»
Adela se sentó en la mesa de su cocina, mirando la taza de café frío frente a ella. El sol de la mañana se filtraba a través de las cortinas, proyectando un suave resplandor sobre el mantel desgastado. No podía sacudirse la sensación de desesperación que se había instalado en su corazón desde aquel fatídico día en que su hijo, Miguel, se marchó dejando a su esposa, Alejandra, y a su hija de dos años, Paula.
Miguel siempre había sido un espíritu libre, nunca dispuesto a asentarse o tomar responsabilidades en serio. Adela había esperado que la paternidad lo cambiara, que se levantara a la ocasión y se convirtiera en el hombre que ella sabía que podía ser. Pero en lugar de eso, hizo lo impensable: abandonó a su familia, dejándolos sin un centavo.
Alejandra había llamado a Adela llorando, con la voz temblorosa de miedo e incertidumbre. «Se ha ido, Adela. Nos ha dejado. No sé qué hacer,» sollozaba. El corazón de Adela se rompió en ese momento, no solo por Alejandra y Paula, sino también por Miguel. ¿Cómo pudo su hijo tomar una decisión tan terrible?
Adela sabía que no podía darles la espalda a Alejandra y Paula. Eran familia, y la familia se cuida mutuamente, sin importar qué. Les había invitado a quedarse con ella hasta que pudieran recuperarse. No era mucho—su pequeña casa ya estaba abarrotada—pero era mejor que nada.
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Adela observaba cómo Alejandra luchaba por encontrar un trabajo y proveer para Paula. La niña era demasiado joven para entender por qué su padre ya no estaba, pero sentía la tensión y tristeza que flotaban en el aire. Adela hacía lo mejor que podía para llenar el vacío, colmando a Paula de amor y atención, pero nunca era suficiente.
La ausencia de Miguel era un peso constante sobre los hombros de Adela. No podía evitar sentirse responsable por sus acciones. ¿Había fallado como madre? ¿No le había enseñado la importancia de la familia y la responsabilidad? Estas preguntas la atormentaban cada día.
Una noche, mientras Adela arropaba a Paula en la cama, la pequeña la miró con ojos grandes e inocentes. «Abuela, ¿dónde está papá?» preguntó suavemente.
El corazón de Adela dolió ante la pregunta. ¿Cómo podía explicarle a una niña de dos años que su padre había decidido irse? «Papá tuvo que irse por un tiempo, cariño,» dijo con dulzura. «Pero la abuela está aquí, y también mamá. Te queremos mucho.»
Paula pareció satisfecha con la respuesta por ahora, pero Adela sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que las preguntas se volvieran más difíciles de responder. Temía el día en que Paula comprendiera completamente la verdad.
Con el tiempo, la esperanza de Adela de que Miguel regresara comenzó a desvanecerse. Había intentado contactarlo, dejando mensajes y enviando cartas, pero no había respuesta. Era como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra.
Una tarde lluviosa, Adela recibió una llamada de un número desconocido. Su corazón latía con fuerza mientras contestaba, esperando que fuera Miguel. En cambio, era una trabajadora social informándole que habían encontrado a Miguel viviendo en un refugio para personas sin hogar en otra comunidad autónoma. Estaba luchando con la adicción y no tenía intención de regresar a casa.
El corazón de Adela se rompió en mil pedazos. Siempre había creído que el amor podía conquistar todo, que los lazos familiares eran irrompibles. Pero ahora se daba cuenta de que a veces el amor no era suficiente para salvar a alguien de sus propios demonios.
Colgó el teléfono y se quedó en silencio durante mucho tiempo, con lágrimas corriendo por su rostro. Sabía que no podía rendirse completamente con Miguel, pero también sabía que no podía permitir que sus decisiones destruyeran lo que quedaba de su familia.
Adela respiró hondo y se secó las lágrimas. Tenía que ser fuerte por Alejandra y Paula. La necesitaban ahora más que nunca. Continuaría apoyándolas, amándolas incondicionalmente, aunque eso significara cargar con el peso de la ausencia de Miguel por el resto de su vida.