«Madre Abandona a su Bebé en el Hospital, Solo para que la Joven Abuela Llegue al Día Siguiente»
Violeta siempre había sido una mujer fuerte. A los 42 años, había criado a su hija Carla sola después de que su marido las dejara cuando Carla era solo una niña pequeña. La vida nunca había sido fácil, pero Violeta había logrado mantener a su hija, trabajando en dos empleos y sacrificando sus propios sueños para asegurar que Carla tuviera un futuro mejor. Así que cuando Carla anunció que estaba embarazada a los 19 años, Violeta se quedó tanto sorprendida como preocupada. Conocía muy bien los desafíos de la maternidad soltera.
Carla siempre había sido un espíritu libre, nunca dispuesta a asentarse o tomarse la vida demasiado en serio. Había abandonado la universidad después de un semestre y había estado saltando de trabajo en trabajo desde entonces. La noticia de su embarazo sorprendió a todos, especialmente porque nunca había mencionado una relación seria. Cuando se le preguntó sobre el padre, Carla fue evasiva, diciendo solo que él estaba «fuera del panorama».
El embarazo fue difícil desde el principio. Carla luchaba con las náuseas matutinas, la fatiga y una sensación general de malestar. Violeta hizo todo lo posible por apoyar a su hija, pero no podía quitarse de encima la sensación de que algo andaba mal. Carla parecía distante, casi desconectada de la realidad de su situación.
Finalmente llegó el día en que Carla entró en trabajo de parto. Violeta la llevó corriendo al hospital, sosteniéndole la mano durante cada contracción y ofreciéndole palabras de aliento. Después de horas de labor, nació un niño. Pero en lugar de la alegría y el alivio que Violeta esperaba ver en el rostro de su hija, solo había una mirada vacía.
Carla se negó a sostener a su hijo. Se dio la vuelta cuando la enfermera intentó colocarlo en sus brazos. Violeta estaba confundida y con el corazón roto, pero tomó al bebé en sus propios brazos, maravillándose con sus diminutos dedos y pies. Era perfecto en todos los sentidos, pero había algo en sus ojos que le hizo detenerse. Eran de un tono profundo e inquietante de azul, casi demasiado intenso para un recién nacido.
A la mañana siguiente, Violeta se despertó y encontró a Carla desaparecida. Había dejado una nota en la cama del hospital: «No puedo hacer esto. Lo siento.» El corazón de Violeta se hundió al leer las palabras. Sabía que su hija había estado luchando, pero nunca imaginó que abandonaría a su propio hijo.
Violeta llevó al bebé a casa, llamándolo Javier en honor a su propio padre. Hizo todo lo posible por cuidarlo, pero las preguntas sobre la paternidad del niño y la repentina partida de Carla la atormentaban. Se puso en contacto con amigos y familiares, esperando que alguien hubiera visto o escuchado algo de Carla, pero nadie tenía información.
A medida que las semanas se convirtieron en meses, Violeta notó más rarezas en Javier. Rara vez lloraba y parecía inusualmente alerta para su edad. Sus ojos seguían siendo ese tono inquietante de azul, y había momentos en los que Violeta sentía que él la observaba con una intensidad que la incomodaba.
Una noche, mientras mecía a Javier para dormir, Violeta no podía quitarse de encima la sensación de que algo estaba terriblemente mal. Miró hacia su rostro y vio un destello de algo—una expresión que parecía demasiado consciente para un bebé. Le recorrió un escalofrío por la espalda.
Desesperada por respuestas, Violeta comenzó a investigar todo lo que podía sobre colores de ojos inusuales y comportamiento infantil. Tropezó con historias de niños con rasgos similares que se decía eran «diferentes» de maneras que desafiaban toda explicación. Cuanto más leía, más asustada se sentía.
La salud de Violeta comenzó a deteriorarse bajo el estrés y la preocupación. Perdió peso, no podía dormir y sentía una constante sensación de temor. Una tarde, mientras estaba sola en el salón con Javier en su cuna cercana, escuchó un ruido en la puerta. Su corazón saltó con esperanza—tal vez era Carla regresando.
Pero cuando abrió la puerta, no había nadie allí. Solo una calle vacía y el sonido del viento susurrando entre los árboles. Se dio la vuelta para encontrar a Javier mirándola con esos penetrantes ojos azules, y por primera vez, sintió verdadero miedo.
Violeta nunca descubrió qué le pasó a Carla ni por qué abandonó a Javier. Las preguntas quedaron sin respuesta, dejando un vacío que nunca podría llenarse. Y a medida que Javier crecía, esos ojos inquietantes nunca cambiaron, siempre observando, siempre sabiendo más de lo que deberían.