«A Quien Envías Dinero Debería Visitarte»: Nuera Se Niega a Llevar a los Nietos a Casa de la Abuela
Madalena siempre había sido una mujer resiliente. Viviendo sola en un pequeño pueblo rural en Castilla-La Mancha, encontraba consuelo en su huerto. Las hileras de tomates, pepinos y judías eran su orgullo y alegría, un testimonio de años de trabajo duro y dedicación. Su esposo había fallecido hace una década, y desde entonces, el huerto se había convertido en su santuario.
Su hijo, Diego, se había mudado a Madrid por una mejor oportunidad laboral. Se había casado con Elena, una chica de ciudad con poco interés en la vida rural. Tenían dos hijos, Neva y Pedro, a quienes Madalena adoraba pero rara vez veía. El trabajo de Diego lo mantenía ocupado, y a Elena no le entusiasmaba hacer el largo viaje para visitar a Madalena.
Madalena entendía los desafíos de la vida en la ciudad pero no podía evitar sentir una punzada de soledad. A menudo enviaba dinero a Diego para ayudar con los gastos de los niños, esperando que aliviara su carga y tal vez los animara a visitarla. Pero las visitas nunca llegaban.
Un día, Madalena decidió llamar a Diego. Extrañaba terriblemente a sus nietos y quería verlos. El teléfono sonó varias veces antes de que Diego contestara.
«Hola mamá,» dijo Diego, sonando apresurado.
«Hola Diego, ¿cómo estás?» preguntó Madalena, tratando de mantener su voz alegre.
«Ocupado como siempre. ¿Qué pasa?»
«Me preguntaba si tú y los niños podrían venir a visitarme pronto. Los extraño mucho,» dijo Madalena, con un tono de esperanza en su voz.
Hubo una pausa al otro lado de la línea. «Mamá, sabes lo ocupados que estamos. Es difícil encontrar tiempo,» respondió Diego.
«Lo entiendo, pero ha pasado tanto tiempo. Envío dinero para ayudar; tal vez podrías usar algo de eso para un viaje aquí,» sugirió Madalena.
Diego suspiró. «Hablaré con Elena sobre eso, pero no puedo prometer nada.»
Los días se convirtieron en semanas y no hubo noticias de Diego. Madalena continuó con su rutina, cuidando su huerto y manteniéndose ocupada. Una tarde, decidió llamar directamente a Elena.
«¿Hola?» contestó Elena.
«Hola Elena, soy Madalena. Me preguntaba si habías pensado en venir con los niños,» dijo Madalena.
«Madalena, apreciamos todo lo que haces por nosotros, pero viajar hasta allí es demasiado en este momento,» respondió Elena secamente.
«Pero extraño mucho a Neva y Pedro. ¿No podrías hacer una excepción solo esta vez?» suplicó Madalena.
«Mira, Madalena, tenemos nuestras vidas aquí. No es fácil para nosotros dejar todo y venir a visitar,» dijo Elena, con un tono definitivo.
Madalena sintió un nudo en la garganta. «Lo entiendo,» dijo suavemente antes de colgar.
Los días se volvieron más fríos con la llegada del otoño. El huerto de Madalena comenzó a marchitarse, al igual que su esperanza de ver a sus nietos. Continuó enviando dinero, aferrándose a la tenue esperanza de que algún día vendrían.
Una noche, mientras estaba sola en su pequeña cocina, el teléfono sonó. Era Diego.
«Mamá, tengo noticias,» dijo.
El corazón de Madalena dio un salto. «¿Vais a venir a visitarme?» preguntó ansiosamente.
«No, mamá. Nos mudamos a Barcelona por una nueva oportunidad laboral,» dijo Diego.
Madalena sintió cómo su corazón se hundía. «¿Barcelona? Eso está aún más lejos.»
«Lo sé, pero es una gran oportunidad para nosotros,» dijo Diego.
Madalena forzó una sonrisa entre lágrimas. «Lo entiendo. Os deseo lo mejor.»
Con el paso de los años, la salud de Madalena comenzó a declinar. Continuó cuidando su huerto lo mejor que pudo, pero no era lo mismo sin las risas de sus nietos llenando el aire. Nunca dejó de enviar dinero, esperando que algún día vinieran.
Pero nunca lo hicieron.