«Cómo Crié a Mi Hija para Culpar a Todos Menos a Ella Misma: Una Historia de Expectativas No Cumplidas»
María era una niña de ojos brillantes y curiosos que siempre parecía tener una sonrisa en su rostro. Como madre soltera, hice lo mejor que pude para proporcionarle todo lo que necesitaba. Trabajaba largas horas como enfermera, a menudo perdiéndome momentos importantes en su vida. Pensaba que al trabajar duro y proveerle sus necesidades materiales, estaba haciendo lo correcto. Pero a medida que María crecía, comencé a notar un patrón preocupante.
Cuando María estaba en la escuela primaria, llegaba a casa molesta por varios incidentes. «¡Mamá, Lucía me quitó los lápices de colores y la profesora ni siquiera se preocupó!» exclamaba, con el rostro enrojecido de ira. Al principio, pensé que eran solo peleas típicas de la infancia. Pero con el paso de los años, estas quejas se volvieron más frecuentes e intensas.
Para cuando María llegó a la secundaria, sus quejas se habían expandido más allá de sus compañeros de clase. «El profesor de matemáticas me odia, por eso suspendí el examen,» decía. «Valentina siempre intenta hacerme quedar mal frente a todos.» No importaba lo que pasara, siempre era culpa de alguien más. Intenté hablar con ella sobre asumir la responsabilidad de sus acciones, pero mis palabras parecían caer en saco roto.
El instituto fue aún peor. Las notas de María comenzaron a bajar y empezó a juntarse con un grupo que no tenía la mejor influencia sobre ella. «No es mi culpa,» insistía. «Los profesores están en mi contra y mis amigos son solo incomprendidos.» Quería creerle, pero en el fondo sabía que algo andaba mal.
Recuerdo un incidente en particular vívidamente. María había sido sorprendida copiando en un examen de historia. Cuando la confronté al respecto, estalló en lágrimas. «¡Mamá, no entiendes! ¡Eugenio me dijo que era la única manera de aprobar! ¡El profesor hace los exámenes demasiado difíciles a propósito!» Sus excusas eran interminables y ningún razonamiento podía hacerle ver que era responsable de sus propias acciones.
A medida que María entraba en la adultez, su incapacidad para asumir la responsabilidad de su vida se hizo aún más evidente. Le costaba mantener un trabajo, a menudo culpando a sus jefes o compañeros por sus fracasos. «José siempre intenta sabotearme,» decía. «La empresa no aprecia mi trabajo duro.» Siempre era culpa de alguien más.
Intenté ayudarla a encontrar un camino hacia adelante, sugiriendo terapia o asesoramiento profesional, pero se negaba. «No necesito ayuda,» respondía con brusquedad. «Todos los demás necesitan cambiar.» Me rompía el corazón verla tan infeliz e incapaz de ver que ella era el denominador común en todos sus problemas.
Un día, María llegó a casa llorando. La habían despedido de otro trabajo más. «Dijeron que no era una jugadora de equipo,» sollozaba. «¡Pero no es verdad! ¡Simplemente no les caía bien!» La abracé mientras lloraba, sintiendo una profunda sensación de impotencia. Quería arreglar todo para ella, pero sabía que hasta que aprendiera a asumir la responsabilidad de su propia vida, nada cambiaría.
Pasaron los años y la vida de María continuó en la misma espiral descendente. Se mudaba de trabajo en trabajo, de relación en relación, siempre encontrando a alguien más a quien culpar por su infelicidad. Observaba desde la barrera, con el corazón rompiéndose un poco más cada día.
Ahora en sus treintas, María sigue luchando. Vive en un pequeño apartamento, apenas llegando a fin de mes. Hablamos ocasionalmente, pero nuestras conversaciones son tensas. Ella sigue culpando a los demás por sus problemas y ya no sé cómo ayudarla.
A menudo me pregunto dónde me equivoqué. ¿No le enseñé lo suficiente sobre la responsabilidad personal? ¿Mis propias luchas como madre soltera contribuyeron a su incapacidad para enfrentar los desafíos de la vida? Estas preguntas me atormentan todos los días.
La historia de María es una advertencia sobre la importancia de enseñar a nuestros hijos a asumir la responsabilidad de sus acciones. Es una lección que desearía haber aprendido antes, por el bien de ambas.